Crónica: Bogotá reggae*

Una de las crónicas ganadoras de la convocatoria “Bogotá por Bogotá” (2007)


Este es uno de los encuentros maravillosos y etéreos con los que un lector puede tropezarse en sus búsquedas de libros y autores. Con la frescura que su edad y su descendencia caribe le permite, Víctor Menco Haeckermann nos ofrece una crónica hecha en la Bogotá fría e indiferente que todos conocemos, una visión serena de esos encuentros fugaces en medio de los paisajes urbanos y paralizantes que nos entrega la capital. Un asfalto con caminos que tal vez no lleguen a ninguna parte y que nos convierten siempre en transeúntes sin destino, en extranjeros. Johanna Rozo Encizo, Revista Red y Acción


Por Victor Menco Haeckermann
Hace pocos días que estoy en la Capital y no conozco a casi nadie. He salido a cenar a la calle y me he extraviado. Afortunadamente, me topo con un sujeto que me han presentado unos días atrás: Orlando, una de las diez personas que conozco en una ciudad con 10 millones de habitantes. Le pregunto por un lugar donde comer. “¿A las 10 de la noche?, difícil. Vas a tener que probar por esa calle”, dice, y me da unos números que supuestamente son la dirección, pero que entiendo como los resultados de la lotería. Sigo sus indicaciones: todo está cerrado. Precisamente el azar hace que me encuentre con Orlando una vez más. Me sugiere que lo acompañe a comprar una botella de ron e ir a La Candelaria a comer. Vamos por la botella. Luego, me presenta a dos amigas y a su novia. Tomamos una buseta que va por toda la 26 y llegamos al Centro, que para Orlando estaba a una botella de distancia.
El centro es como una mujer hermosa con sida, y mi amigo y yo penetramos en ella. Pasamos por las fascinantes ruinas del Hotel Continental y ascendemos hasta las casas coloniales de La Candelaria, mientras los indigentes pululan, emergen de los adoquines. En un sitio de ventas de arepas hago mi pedido. Un grupo de indigentes llega a pedirle monedas a Orlando, y él se las arroja como si estuviera jugando rana. A ellos se le suma una señora con un bebé en brazos. Orlando, al ver que ha quedado sin municiones, le dice: “No, señora, qué pena, se me acabaron las monedas”. “Yo no quiero monedas, ¡quiero billetes!”, responde ella, y nos lanza insultos mientras caminamos apresuradamente hacia otro lugar. Lo más cercano que encontramos es a un bar de salsa, pero como el ambiente no convence a las muchachas nos arrojamos una vez más a la calle. Y allí afuera, esperándonos, está la señora del bebé en brazos que apenas nos ve continúa con las amenazas. Caminamos rápido, lo más rápido que podemos, y muy juntos, vigilando nuestras espaldas.
Antología "Bogotá por Bogotá - La verdad y solamente la verdad". FPCB, Bogotá, 2008.

La huída nos ha llevado a un bar reggae, donde, para poder entrar, el portero le exige a mi amigo que le muestre su documento de identidad. Para su sorpresa, Orlando saca una de esas cédulas que en estos días deberían tomarse como certificados de defunción, y entramos. Todo el que llega, se quita la ropa lo más que puede y queda como si transitara por una calle de un pueblo del Caribe. Al fondo, los casilleros parecen vestidores. La música, como puede, se abre paso entre la multitud. Yo todavía no accedo a desvestirme (el frío de la calle lo he traído conmigo), a pesar de las advertencias de Orlando con respecto a lo que pasará a la media noche. En efecto, llegada la media noche los dueños del bar encienden, como parte del espectáculo, una hoguera en el centro de la pista de baile, ante los gritos de júbilo de la gente, y se me hace imposible continuar con tanta ropa encima. El fuego ilumina los rostros de una pareja que discute a mi lado: un rasta cara de "podrido" le dice a su chica –una niña "bien", de piel blanca, cabello negro y liso, cuerpo perfecto y 100 % natural– que consuma moderadamente. Ella asiente. Me pide permiso para pasar y me hago a un lado. Va acompañada de una amiga a hacer la fila del baño. Al cabo de un rato, a mi también me dan ganas de ir al baño. El de los hombres siempre está desocupado. En cambio, el de las mujeres tiene una fila extensa. Al salir del baño, veo que las dos chicas también lo hacen. Pero no se devuelven a la pista, sino que van a hacer la fila nuevamente. Muchas de las chicas que hacen la fila entran en grupos de dos o tres y salen limpiándose la nariz.
Vuelvo a la pista. Al parecer, el rasta no se irrita, aguarda bailando solo, como muchos otros cuyas chicas han preferido armar la fiesta en el baño. De repente, la del rasta y su amiga aparecen bailando una vez más a mi lado, van y vienen, una y otra vez. Las canciones entran por la piel, sudorosa, y yo percibo en cada tema un pedazo de mi infancia, y siento que ahora todos bailamos como niños. Se me viene a la mente la imagen de mi hermana mayor cuando era adolescente y bailaba reggae sin preocuparse por saber qué era lo que bailaba. Dejo ir la imagen porque siento que alguien me ha clavado un codazo en la espalda. Me doy vuelta, y allí, al frente mío, está la nena del rasta. Su sonrisa me enseña unos labios con un piercing que parece servirle de cerrojo cuando quiere callar. "Discúlpame, mi vida", dice, y regresa a bailar con su pareja. Pero, esta vez, dándome la espalda, se me acerca disimuladamente y se frota en la mía, como un oso que se rasca contra un árbol.


Decido irme. Me despido fugazmente de mis fugaces amigos y llego hasta la puerta. Afuera llovizna. En un día capitalino normal, se le teme al asfalto: Los transeúntes llevan prisa no porque vayan tarde, y utilizan las calles porque es la única manera de llegar a algún lugar. Van deseando tener alas para no encontrase con nadie. Y ahora, con lluvia y de madrugada, ni los taxis salen. "Parece una ciudad en guerra", me ha dicho días antes una amiga bogotana que se siente turista en su propia tierra. Como en la Berlín de la II Guerra Mundial, la vida se cocina y se descarga al interior de los burdeles y discotecas (únicos lugares donde los soldados enemigos tenían prohibido agredirse), mientras afuera transitan a gran velocidad unos pocos carros blindados. Decido salir a caminar sobre la lluvia que descansa en el piso. Hay un testigo de mi hazaña: una estatua enclavada en un balcón colonial.
_______________________
*Una de las crónicas ganadoras de la convocatoria “Bogotá por Bogotá” (2007) del Fondo de Promoción de la Cultura, de Bogotá. Los jurados fueron: Doris Sommer (docente de la Universidad de Harvard en la Facultad de Lenguas Romances), Ricardo Silva (joven escritor bogotano), Andrea Echeverri (poeta y docente de la Universidad de los Andes en la carrera de Literatura), y Juan Luis Isaza (director del Instituto Carlos Arbeláez Camacho). Ellos mismos constituyeron el comité editorial de la antología de relatos "Bogotá por Bogotá - La verdad y solamente la verdad" (2008).


Fuente: Revistas Hoja Blanca y Red y Acción 

Derechos Reservados © VMH

13 comentarios:

  1. Bueno...
    De cualquier forma Bogotá no deja de producir y reproducir pensamientos y sensaciones de colores...
    Por ahí las calles hablan, las paredes sienten, las estatuas miran y las luces bajo la lluvia cambian...

    ResponderEliminar
  2. La fria bogotá, contrastes demasiado frios, para mi gusto, pero bueno todos tenemos que pasar por ella en algún momento.
    saludos.

    ResponderEliminar
  3. He vivido tantas veces esto que describes!!! y aun no me logro responder que hacemos en esta Ciudad tan fria, tan lúgubre, tan oscura,tan distante y como decia Gabo, una ciudad en la que jamas a parado de llover...
    Un abrazo
    Adriana

    ResponderEliminar
  4. me gustan tus crónicas.

    Santiago también es una bestia.

    ResponderEliminar
  5. Vaya, vaya, vaya. Como bogotana he de decir que has descrito muy bien experiencias que vivimos los que estamos aquí desde siempre y los que vienen y se van o se quedan... También son las historias de algunas capitales con ciudades marginales en su interior.
    ¿Respiraste el miedo?
    Eso es Bogotá, miedo, y el miedo a no vivir te puede matar, relegarte a centros comerciales, bares, museos o bibliotecas.
    pd: Señor corruptor de estilo: esta frase de con-tacto "una ciudad en la que jamas a parado de llover..." ¿ese "a" debe ir sin H?
    Un abrazo bogotano pero cálido XD

    ResponderEliminar
  6. Gracias, Meli, por tus comentarios. Tu siempre tan punzante. Sin duda, ese "a" corresponde al verbo "haber" y por lo tanto ha de ser "ha" y no "a". Sin embargo, no puedo andar corrigiendo a mis lectores en público porque a algunos les da temor comentar. En defensa de con-tacto diré que hasta Cervantes utilizaba algunas veces "túe" y otras "tuve"; y aunque la señorita con-tacto no es Cervantes, sí a de desir komo kiera.

    ResponderEliminar
  7. Gracias!
    ¿Cómo va todo?
    Artículos como tal, o ensayos, no hago. Hago maestría en teología en la Javeriana, inscribí monografía de grado este semestre... supondrás bien que la mayor parte del tiempo leo y escribo poco.
    Empecé con un blog en el que escribía algo de reflexiones autobiográficas (intelectuales y religiosas) creo que era muy aburrido para todos, así que ahora solo cuelgo cositas que quiero compartir, sencillas (la mayoría de las veces...)
    Un abrazo!!

    ResponderEliminar
  8. He dado ya varias vueltas por tu blog. Siempre encuentro cosas interesantes aunque luego es cansado seguir leyendo acerca de literatura en la red, cuando eso es lo que pretendes hacer para vivir (me refiero a mí)...

    Pero esta crónica me dejó un hueco en el estómago... la verdad es que sí es el miedo lo que traspasa las plalabras. Para mí es extraño porque nunca he ido a Bogotá y, supongo que por lo mismo, no me la imaginaba de esa forma. ¡Qué triste!, en verdad que duele el corazón y rezumba el estómago de tristeza...

    ResponderEliminar
  9. Lo último que quiero hacer en mi vida es escribir como Nahum Montt.

    ResponderEliminar
  10. V. Menco Haeckermann18 de septiembre de 2007, 0:58

    jajajaja Eres la cagada, Rafa. Te aprovechas de mi nobleza... Yo sé que ese es tu último deseo antes de morir: escribir como Nahum Montt. Ojalá no tengas que esperar mucho tiempo.

    ResponderEliminar
  11. Bogotá ha sido y seguirá siendo una ciudad de encuentros y desencuentros, de soledades y camaraderías, querido refugio del cuerpo y el alma. Abrazo.

    ResponderEliminar
  12. Mi enhorabuena.. aunque con demora visité tu espacio y me parece muy bueno, genuino;)
    Saludos desde Mallorca

    ResponderEliminar
  13. Muchas gracias por tu visita a mi blog...Es interesante saber que las cosas no son blancas o negras, y hay que procurar contrastar información, asi que gracias también por el apunte acerca de blackle.
    Estuve leyendo algunas cosas de tu blog. Lo encuentro distinto, algo diferente a los demás, así que déjame más tiempo para investigarlo bien...;)
    Nos vemos!

    ResponderEliminar