Minicuentos para alcanzar a la tortuga de Zenón


Por Víctor Menco Haeckermann*
¿Quiénes recuerdan al Coyote y el Correcaminos? Para los que no están al tanto, esta serie animada es una versión contemporánea de la famosa paradoja del filósofo Zenón de Elea, según la cual Aquiles, el de los pies ligeros, compite con una tortuga para ver quién llega primero a la meta.
Como el guerrero griego se supone más veloz, le da a la tortuga una ventaja de cien metros, distancia que recupera en poco tiempo. Pero al llegar a este punto, la tortuga ha avanzado un metro. Cuando el guerrero recorre ese metro, la tortuga ya ha adelantado un centímetro. Aquiles corre ese centímetro y la tortuga le aventaja un diezmilímetro; así hasta la infinidad milimétrica, en la que Aquiles nunca alcanzará a la tortuga.
El escritor colombiano Paul Brito (Barranquilla, 1975) vuelve a este mismo arquetipo con un libro fascinante: El ideal de Aquiles, que consta de 101 minicuentos para alcanzar a la tortuga, como reza el subtítulo.
Lo particular de este libro es que, lejos de ser una lectura para niños, propone una recreación intelectual bastante saludable. Aunque los lectores sospechamos, con el trascurrir de las páginas, que Aquiles nunca alcanzará a la tortuga, Brito logra atraparnos con una serie de situaciones fantásticas que, a través del lenguaje, se nos presentan no sólo verosímiles, sino muy nuestras. Nos desnuda el alma de 101 maneras, todas distintas, pero que en esencia contienen esta paradoja.
Nos hace ver, con un plausible ingenio, que la famosa aporía de Zenón está mucho más presente en la vida ‘real’ de lo que pensamos, tan presente que toca nuestros sentimientos más profundos, principalmente los relacionados con nuestros anhelos y frustraciones.
Dar tantas versiones de una misma historia sin perder la atención de un lector exigente es un reto al que muy pocos escritores se le miden. Pero a nadie, después de leer este libro, le quedará duda de que ha sido una buena inversión detenerse a examinar el movimiento (para usar términos ‘paradójicos’).
Encontramos en él cierto lenguaje elaborado y –en el fondo de las historias– conceptos matemáticos y filosóficos entretenidos, apenas lo necesario para volver a ser niños sin tener que abandonar la carrera que implica ser adultos.
*Escritor e investigador literario.

Fuente: Menco Haeckermann, Víctor. "Minicuento Para Alcanzar La Tortuga De Zenón". Dominical de El Heraldo 1 Ago. 2010, sec. 3: ? Print. Con acceso el 1 Aug. 2010 <http://www.elheraldo.com.co/ELHERALDO/BancoConocimiento/M/minicuentosparaalcanzar/minicuentosparaalcanzar.asp?CodSeccion=3>

MINICUENTOS:

El peso de la suerte

Aquiles y la tortuga son las caras de una moneda que Zenón ha lanzado al aire. Cuando la moneda cae, Zenón advierte que la tortuga ha quedado del lado de arriba. La suerte ha designado que ella sea la ganadora.
Aquiles puede correr lo rápido que quiera, pero la suerte está echada y no hay forma de cambiar el resultado. 
La tortuga lo tiene acorralado contra el suelo. O más bien, el mundo lo tiene acorralado contra la espalda de la tortuga.

Minihéroe

Zenón demostró, a través de sus paradojas, que el movimiento es un milagro, una proeza, ya que hasta la mínima acción implica un salto imposible entre dos puntos de la realidad.
Aquiles no tiene que vencer a cientos de enemigos en la guerra de Troya, ni siquiera alcanzar una insignificante tortuga; con sólo mover un dedo, ya es un héroe.

El gran salto

Un poeta escribe miles de páginas en busca de un solo poema, de un solo verso que lo redima de la muerte. Un policía se entrena toda la vida para un solo momento heroico. 
Un religioso desgrana el rosario todas las noches para hablar un segundo con Dios. Aquiles también persigue ese instante de epifanía en que pueda canjear la suma de sus pasos por la profundidad de uno solo.

Amor a primera vista


Hay una versión de la paradoja de Zenón que no ha llegado hasta nosotros, donde la tortuga era una especie de medusa. La medusa volvía de piedra a todo aquel que la mirara a los ojos. La primera víctima fue precisamente otra medusa, que quedó petrificada cuando se vieron por primera y última vez en un relámpago de amor eterno. 
Desde entonces, la tortuga está condenada a cargar con aquella costra de piedra, que no es otra cosa que el escombro de su amante y el peso ineludible de su recuerdo, y a recorrer lentamente la extensión de lo que pudo ser su gran amor.

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