Pesca mortal: Bering Vs. Bocas de Ceniza


Por Víctor Menco Haeckermann
Los seguidores del canal Discovery seguramente recuerdan la serie “Pesca mortal”, que retrata el que se considera el trabajo más peligroso del mundo, pero a la vez uno de los mejor pagados: la pesca de cangrejo en Alaska. La realidad de los pescadores de Barranquilla entraña un peligro similar, al enfrentarse a unas aguas aún más salvajes, pero mucho más tristes que sus pares del estrecho de Bering.
Con mucho menos frío de diferencia, pero con mucho más riesgo que los pescadores de Alaska, los de Barranquilla se ven en la tarea de cruzar Bocas de Ceniza, el punto de desembocadura del río Magdalena en Colombia en el Mar Caribe, que debe su nombre al color cenizo que toman las aguas del océano al recibir la espesura del río.
En ese punto específico se presenta una de las maravillas más fascinantes de la naturaleza, cuando el río Magdalena, uno de los más caudalosos del mundo, empujado por la corriente litoral, se inserta en el mar Caribe. En la superficie, producto de un fenómeno de fuerzas hidráulicas, se dibuja el contraste entre las aguas claras del mar y las aguas turbias del río, que logra extinguirse luego de un largo tránsito a la altura de Cartagena.
La contracorriente que se crea al encontrarse con el mar, sumado al tipo de marea que se presenta en el momento, y a los accidentes geográficos, como las escarpadas colinas y cañones, impidieron la entrada a las flotas de Rodrigo de Bastidas y Juan de la Cosa, en 1499; a tal punto, que casi los hacen naufragar. Siglos después, con todos los avances navieros, el paso de Bocas de Ceniza supone un desafío para los navegantes nativos, llegando a tomar entre 10 minutos y media hora en condiciones favorables, o definitivamente imposibilitando la navegabilidad en condiciones extremas.
En toda la boca, los pescadores barranquilleros se enfrentan a olas más grandes que las de las frías aguas del mar de Bering, llegando a alcanzar los 20 metros de altura, sobre todo en la época de los meses de diciembre, enero, febrero y marzo, cuando los vientos del noreste arrecian y las olas revientan de tal manera que se corre el riesgo de zozobrar si la embarcación no está perfectamente tripulada, o si se presenta alguna falla tecnicomecánica.

Por esta razón, el tipo de embarcaciones que utilizan los pescadores artesanales –llamadas boqueras–  se diseñan y construyen especialmente para la zona, con una forma, peso, capacidad, potencia y tripulación única, que facilite este paso a la salida de la faena y la llegada de las mismas. Se fabrican en madera gruesa, con el fin de que resistan los embates de las olas y de que queden tan pesadas que una ola no las pueda voltear fácilmente. Su proa es realzada para evitar que el agua se filtre por la parte frontal. Su figura o casco no es recto, sino cóncavo para que facilite la navegación, tenga buena manga (ancho del bote), y, por tanto, no se voltee lateralmente con facilidad si la golpea una ola de costado. Su cola o popa es más esbelta y levantada que el resto de la embarcación, previendo que si la ola le da por detrás, pueda pasar libremente sin arrastrar el bote. Además, cuentan con un timón de cola enorme (como si fuera un velero), manejado manualmente con una vara directa; es decir, no tienen cabrilla, lo que les permite a los pescadores surfear la ola cuando los coge entrando.
Históricamente han muerto un sinnúmero de pescadores en este ir y venir al paso de Bocas de Ceniza. Se tiene memoria de que muchas de las víctimas, inmediatamente caían al mar, vivas o ya muertas, eran devoradas por los tiburones que abundaban en la zona. Pero incluso los predadores se han constituido en un riesgo menos: la pesca indiscriminada en el sector los ha ido extinguiendo.

A diferencia de la pesca peligrosa y millonaria del Mar de Bering, la pesca de esta zona del Mar Caribe es mínima. Junto con los tiburones, han desaparecido los sábalos, jureles, velas, marlines, meros, pargos, róbalos, entre otras especies. ¿Cuáles han sido las causas de esta debacle? La ausencia de control de la pesca ante la avaricia de los pescadores. En el puerto de las Islas Aleutas de Dutch Harbor (localizado en Unalaska, Alaska) existen estrictas normas que señalan desde el tipo de especie hasta la temporada en que se permite la presencia de flota pesquera. Un minuto antes o un minuto después de la señal emitida por radio puede ocasionar que sus tripulantes terminen con la embarcación decomisada, pagando una millonaria multa o en la cárcel.

Esta reglamentación, que busca asegurar periodos de reproducción de las especies marinas, ha convertido a Unalaska en el puerto pesquero más grande de los Estados Unidos en términos del volumen de mariscos capturado, entre 1981 y 2000, y en términos de valor por captura. En el año 2004, los barcos de Alaska cazaron 15,4 millones de libras (6,8 millones de kilogramos) de cangrejo por un valor de US$ 65,8 millones. Bajo este panorama, el salario de un pescador afortunado estaría en US$ 100.000 por sólo 5 días de trabajo.

Pero no todo es color de rosa: los pescadores del estrecho se exponen a perder la vida en cualquier momento, víctimas de fuertes heladas que golpean la zona, ahogo, hipotermia y lastimaduras graves o pérdida de miembros por un accidente con las redes, las sogas, las poleas, en fin, con todo el equipamiento pesado, y hasta con las peligrosas muelas de los cangrejos.

Pero al menos en la localidad de Unalaska la lotería muchas veces resulta. En Barranquilla, por otra parte, la recompensa puede ser de cero pesos, y no hay nada peor que regresarse con las manos vacías después de haber “trabajado”. La crisis de nuestra realidad se refleja en los agujeros cada vez más pequeños de los chinchorros y atarrayas, armas letales en las que sucumben hasta las crías más pequeñas. A todas luces, se trata de una pesca mortal para ambos bandos: pescadores y peces.

En vista de la escasez, la de nuestra región ha devenido en pesca de fondeo y de correteo. El correteo (especialidad de pesca deportiva) se realiza cuando mar afuera se encuentran el río y el mar sin mezclarse, punto que  los pescadores denominan “canto”. Dichas condiciones son las propicias para atrapar al pez de mar que usualmente acude a la zona a comer. Este contraste de aguas, por su peso, densidad y color, se observa mayormente definido en épocas de lluvia, cuando los vientos del sur soplan y limpian la superficie del agua de taruyas y demás elementos flotantes que el río trae. Se trata de un espectáculo de aguas que pocos han tenido la fortuna de presenciar. Tal vez esta sea la verdadera recompensa.

Fuente personal: Luis Puello
Fuente: Menco Haeckermann, Víctor. "El amor ayer y hoy, una cuestión de tendencias". Revista Actual, 51, mayo. 2011: 42-44. Impreso.


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