Por Víctor Menco Haeckermann*
Necesitan aprender, pero de forma que los libros no hagan sombra a las personas. Toda lección proviene del hombre. Los hombres dan lecciones más dolorosas, más groseras, pero la ciencia que contienen penetra con mayor fuerza.
Máximo Gorki, Mis Universidades.
En una ocasión anterior, a través de un artículo similar, tuve la oportunidad de llamar la atención sobre los pocos espacios de acción que les brindan las instituciones estatales y privadas a los jóvenes escritores de la ciudad y a los amantes de la literatura y la cultura en general. Ahora el turno es para revertir ese fatalista pero real cliché, y adicionarle otro elemento: el propósito es evaluar aquí cuál es la responsabilidad que tenemos los estudiantes universitarios en la consolidación de una actividad cultural local, y de ver si verdaderamente estamos dando respuestas acordes con las exigencias del medio.
Los universitarios tocados por estos intereses nos preguntamos siempre qué espacios hay, cómo entrar gratuitamente a grandes eventos culturales de la ciudad y el país, tipo festivales de literatura, de cine, de teatro, ferias del libro, etc; pero nunca nos preguntamos cuál es nuestra función social como academia. Procuramos siempre -y no es malo reconocerlo- llenar nuestra hoja de vida con certificados y poco o nada hacemos para interactuar en proyectos aplicados a la sociedad. Preguntémonos, más bien, cómo nos ven nuestros vecinos, la sociedad. Pensemos también en las becas de creación artística y de investigaciones que se nos ofrecen desde Alemania, Canadá, Francia, EE.UU., etc., y que terminan perdiéndose porque no nos hemos acostumbrado, como universitarios, a dominar una lengua distinta al español. Se trata claramente de un caso de apatía que, en términos generales, no nos permite funcionar eficientemente ni como colectivos ni como individualidades.
En el caso de la interacción con la sociedad, debemos librarnos del populismo. El universitario de hoy, que esté interesado en promover la cultura local, debe ofrendar un poco de su tiempo a la sociedad, sin distinción de estrato. Pero reconociendo que los sectores más golpeados por la violencia y la pobreza son los que más adolecen de un espacio artístico-recreativo a través del cual descubrir espejos que los ayuden a edificar conciencia sobre sus dificultades, a criticar las anomalías establecidas o a sublimar sus problemas. ¿Acaso no son estos los fines educativos que proclaman las famosas fórmulas administrativas de “Misión” y “Visión” en cada programa universitario?
Este año que pasó dejó cosas interesantes en materia cultural para los universitarios. La Feria del Libro que organiza la Universidad Tecnológica y las Jornadas Culturales Héctor Rojas Herazo de la Universidad de Cartagena, se convirtieron en un espacio de expresión de la comunidad universitaria. Recitales, exhibición y lanzamientos de libros y revistas son sin duda actividades artístico-académicas a las que siempre les exigimos más: una mayor proyección hacia los programas no humanísticos y hacia el público no universitario.
Lamentablemente, para quienes les gusta compartir sus trabajos, cada vez hay menos talleres de creación formados por universitarios. Por ejemplo, aún lamentamos la desaparición del Taller de Redacción y Periodismo que dirigía el escritor y gestor cultural Jorge García Usta (q.e.p.d.), con el respaldo del Banco de la República. Los integrantes, en su mayoría estudiantes universitarios de diversas carreras, tuvieron que buscar otras opciones en este 2006. Algunos se unieron al Taller de la Asociación de Escritores de la Costa –cuyo reconocible esfuerzo se ve materializado en la revista Epicentro, del IPCC–, otros al taller sabatino de la Unitecnológica y no pocos a los talleres de redacción de la Corporación Noventaynueve. Sin embargo, queda otro resto que, deseando encontrar un espacio para compartir experiencias artísticas, sigue flotando en la ingravidez de la desinformación. También hay que reconocer el esfuerzo de los escritores Oscar Collazos, Mariana de Castro y Gustavo Tatis, quienes se han dado a la tarea de programar conferencias, talleres y tertulias en los espacios universitarios y en algunas bibliotecas públicas del Centro de la ciudad. Pero insisto en que no podemos contentarnos con estos intercambios academia-academia, que corren el peligro de constituirse en un juego divertido de élites culturales, aunque ese no sea el ánimo expreso de quienes convocan a estos eventos.
Una muestra de un taller ejemplar: El trabajo que se realiza en la Biblioteca Jorge Artel con los raperos de la ciudad, los que se suben en los buses. Allí comparten sus creaciones, las discuten. En el año que acaba de transcurrir, en ese mismo lugar, estuvo el poeta venezolano Juan Calzadilla -gracias a una loable gestión del Consulado de Venezuela y el Taller de Poesía Siembra- durante tres días haciendo un taller de escritura automática (propia de los escritores surrealistas) con personal universitario y no universitario de la Ciudad.
Examinemos por último el caso del evento que marca un ciclo anual de actividades culturales realizadas en Cartagena: el Hay Festival (HF), que de la versión 2006 a la 2007 mejoró ostensiblemente la participación universitaria y ciudadana. Es necesario decir sobre su más reciente versión que, si bien nos trató a los universitarios como el niño consentido de la casa al que hay que permitirle sentarse en la mesa a comer con los grandes, los mismos universitarios no hicimos ni siquiera las preguntas tontas de los debates. ¿Será porque se nos ha subido la academia a la cabeza y consideramos que nos merecemos un certamen más acorde a nuestra alcurnia? Lo mismo sucedió con los conversatorios que organiza, en el marco de cada versión del HF, la Red Nacional de Estudiantes de Literatura (REDNEL). La poca asistencia de estudiantes universitarios coincide con las Fiestas de La Candelaria. ¿Mala fecha? ¿Mala organización? ¿Malos estudiantes? No hay respuestas seguras para estas preguntas. Lo cierto es que ya se hizo suficiente, y de ahora en adelante –si es que el Hay continúa– los conversatorios deben proyectarse hacia los colegios.
Lo que más merece aplaudirse de este período de eventos es el festival contestatario al HF que tuvo como principal figura al escritor Efraim Medina: el Off Off Festival, que a pesar de tener un nombre parásito que a muchos cartageneros no nos gustó, fue el más sincero acto a la hora de llevar la literatura, la fotografía, el teatro y la música, a barrios “populares” de la ciudad: Olaya Herrera, San Vicente de Paúl, entre otros. No nació de los estudiantes, pero sí hubo muchos estudiantes que se adhirieron a él. Ojalá deje de ser un evento ocasional y se convierta en proyecto continuo y formativo.
Como apunte final, es preciso decir que ha llegado la hora de que los universitarios rescatemos el placer por el placer: el placer de abrir espacios culturales sin tantas pretensiones, sólo para escuchar historias, ver manifestaciones artísticas y generar opinión alrededor de ellas; y no el placer de hacer el mejor relato jamás escrito, el ensayo nota 5.00 sobre los problemas sociales de Cartagena, o el artículo más osado de una revista universitaria. Es hora de realizar actividades pensadas para que vecinos de un mismo barrio se escuchen y establezcan lazos humanos través de la palabra. Y lo más importante de todo: que esas ideas provengan de la comunidad universitaria en sintonía con las de auténticos líderes culturales comunitarios, puesto que, en este entorno de miseria en el que nos desenvolvemos, somos un grupo social privilegiado, como dijimos anteriormente. Toca que vayamos a aprender a los barrios, a las escuelas, a las bibliotecas comunitarias, a través de la interacción con las demás personas, y que dejemos algo de nosotros en cada uno de esos espacios, a pesar de que esto suene al romanticoide cliché de “aportar nuestro granito de arena”. Es hora de aprender más allá de los muros de una biblioteca universitaria. Los libros siempre van a estar allí, en la universidad; nuestra generación no.
*Estudiante de Lingüística y Literatura, Universidad de Cartagena.
Derechos Reservados © VMH
Le comento que la situación que describe en su artículo es la realidad de otras ciudades. En Bucaramanga, ciudad en la que habito, sucede exactamente lo mismo y es lamentable que no hayan espacios para las personas que nos gusta el arte en sus diferentes expresiones.
ResponderEliminarHace un momento le decía a alguien, con algo de amargura, que el mundo cultural local bascula entre lo apocado y lo abigarrado.
ResponderEliminarSupongo que lo que señala vuestro artículo es irrebatible, y asumo que mi postura es pesimista.
Aunque realmente se pierden las becas por un evidente y acentuado desinterés estudiantil, lo cierto es que en la universidad, en la facultad de ciencias humanas, basta interactuar un poco con cierta gente, para preguntarse qué cojonoes hacen allí, pues antes que fortalecer un interés por las letras,
revelan una distorción de un cliché hippie, donde abundan el chisme y la estupidez.
Por supuesto, se trata de un interrogante secreto, íntimo y que al final termina provocando la sensación de que se está en el lugar equivocado.
Pues bien, imagino que de todo esto, lo más sensato será concluir que, quien tiene las ganas, que aproveche las oportunidades que en vuestro artículo se enumeran.
Orlando E.
En que puedes ayudarme?
ResponderEliminarMi agradecimiento de antemano.
Recibe un abrazo en tu alma.
Es un libro de Gorki, como bien dije...es muy bueno..¡No! ...es excelente... te lo recomiendo... espero puedas conseguirlo. Estaré leyendo tu blogg
ResponderEliminarHola aquí vine a regresarte la visita, interesantisimo tu blog, trataré de seguir escribiendo , aunque tu como corrector de estilo sabras que tengo fallos, mejorables espero.
ResponderEliminarAbrazos veraniegos