Entrevista a VMH: “Las ideas eligen su propio vestido”


Entrevista a Víctor Menco Haeckermann a propósito de su libro "El hombre que hablaba por mí"

Por Rodolfo Lara - ESPECIAL PARA DOMINICAL (EL UNIVERSAL)
Fotos: Santiago Villamil
También desde la juventud pueden trazarse puentes inimaginables. No sólo la experiencia de aquel que curtió sus pieles con la dura marcha de los años, es la que anticipa el oro de una clara epifanía, el descubrimiento de unos mares hacia el sur de un sueño.
También desde la juventud se arrancan sábalos al incesante río de nuestros desconciertos. Y es que cuando hablamos de crear, hablamos de algo que aflora desde lo más profundo del silencio: una figura, un gesto, un sonido o una palabra; hablamos de una batalla que, desde el principio de la humanidad, está teniendo lugar en los linderos de los sueños. Y quién como la juventud para soñar, para plantarse en el centro de unas macilentas ruinas y con su sola voluntad erigir un culto o un reino, alguna cosa digna de la eternidad o el fuego. Quién como aquellos que, con independencia de la edad, se atreven a caminar sobre el filo de un cuchillo improbable, adelantando el brutal advenimiento de lo que se abre a la luz por vez primera, esa extraña criatura a la que solemos llamar arte.
Víctor Menco Haeckermann ha dado con algunas de esas criaturas. Este joven escritor cartagenero, que desde temprana edad se ha mantenido hurgando en el silencio, ha sido becado por la Universidad de Cartagena (de la que se graduó como profesional en Lingüística y Literatura), por el Centro Colombo Americano y por la Universidad de Texas-Pan American (en la que cursará próximamente la maestría en Escritura Creativa).
Hace poco menos de tres años que obtuvo el primer lugar en el Primer Concurso Regional de Minicuento de la Universidad de Córdoba con “Ella tiene un déjà vu”, una pieza de ejecución magistral que opera en el lector como esas tonadas que, escuchadas fugazmente en algún callejón, no podemos dejar ya de silbar a lo largo del día.
Sobre su primer libro de cuentos, “El hombre que hablaba por mí”, sobre esa criatura reciente, me apresto a hacerle unas cuantas preguntas.
A partir de su experiencia en el oficio, ¿podría hablarnos de la forma en que sus fantasías y el recuerdo de sus vivencias llegan a ser cuentos?Yo vivo tomando notas de todo lo que pasa por mi cabeza. A veces esas notas se me crecen. Me intereso en una idea con una fuerza que no me deja tranquilo hasta que no diga todo lo que siento. Cuando reacciono de esa lucha interior, ya tengo suficiente material para un poema, un relato, una canción o el género que mejor convenga, porque considero que las ideas eligen su propio vestido.
¿Qué tipo de propuesta ofrece a los lectores en “El hombre que hablaba por mí”?
Lo que yo alcanzo a ver en este libro es una propuesta fresca pero a la vez culta, que no pretende inaugurar una corriente literaria, sino entretener al escurridizo lector de hoy. En este libro se puede ver la influencia del naturalismo ruso de Chéjov y Gógol, cuyas obras están impregnadas de humor negro y hacen de la anécdota banal una epopeya. Yo le he quitado a ese estilo las abundantes descripciones y esos finales donde se cuenta todo. Busco una lectura ágil, teniendo en cuenta que el lector de hoy piensa más rápido y es más participativo que los lectores de los clásicos rusos.
En cada uno de los siete cuentos que conforman su libro, los personajes se ven arrastrados por sus sueños, sus pasiones o sus recuerdos a un desenlace triste, desconsolado. ¿A título de qué tiene lugar esta visión desencantada de la vida?
Ante todo, debo confesar que soy un amante de los finales felices. Sí me gustan las historias tristes que son contadas con humor, porque ya dejan de ser del todo tristes para el lector. Ese gusto se lo debo a la biblioteca de mi padre (el poeta Argemiro Menco Mendoza) en la que crecí leyendo las tragicomedias de los clásicos rusos. Pero supongo que ese gusto también tiene que ver con la cultura popular del Caribe colombiano, en la que es común que nos burlemos de nuestras tragedias, cuando amargarse no soluciona nada.
¿A qué responden las sucesivas alusiones a nombres y lugares extranjeros en su libro?
Mi familia es producto de una mezcla étnica de amerindios, afrodescendientes, españoles, polacos, judíos y alemanes. Yo destaco el origen judío porque este pueblo ha escrito desde épocas remotas su testimonio, lo que me ha facilitado rastrear de dónde vengo. Sé por boca de mis familiares, y por la Biblia, que vengo de la tribu de Leví, parte de la cual estuvo cautiva en Babilonia y, con la invasión de Persia, quedó libre y emigró hasta Alemania. Allí, estos judíos formaron familias mixtas con alemanes, de la que salió mi bisabuelo materno, que luego, durante la Segunda Guerra Mundial, vino a Colombia buscando mejores oportunidades. Yo he incluido en este libro algo de ese testimonio. Considero que esos elementos “extranjeros” son tan nuestros como el ‘quibbe’ de los árabes. No se puede comprender la realidad del Caribe colombiano sin conocer y reconocer las historias que hay detrás de las migraciones que hemos recibido.
A los jóvenes que se inician en las letras, ¿qué lectura les compartiría, qué consejo?
A mí me marcó mucho “Cartas a un joven poeta”, de Rainer María Rilke. Es breve, sencillo y se aplica tanto a los que se inician escribiendo como a los que se preguntan si su profesión es la correcta. La lectura siguiente podría ser la que ya usted mencionó: “Mientras escribo”. Pero si debo darles un consejo, sería que le perdieran el miedo al “no” de los demás. Eso hace parte de la depuración del alma que necesita un artista para florecer. Si no están dispuestos a quedar en ridículo, que se dediquen a otra cosa, porque lo que se escribe difícilmente se borra.
Así es Víctor Menco Haeckermann, un joven polifacético que afirma que las ideas escogen su vestido, y en esta ocasión lucen todas vestidas de cuento. Yo lo miro en su mocedad y pienso que también el arte escoge a sus criaturas.

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