El estudiante, el profesor, el novelista y el "mentiroso"
Por Victor Menco-Haeckermann
En esta época de ferias literarias, uno de los sujetos más solicitados es el escritor Nahum Montt (Barrancabermeja, 1967), autor de la biografía de Cervantes Versado en desdichas y de las novelas Midnight dreams, El Eskimal y la Mariposa (Premio Nacional de Novela Ciudad de Bogotá 2004) y Lara, su publicación más reciente. Desde el año pasado, para estos mismos días, le seguimos la pista en diversos escenarios del País con el fin de dar una visión mucho más completa del autor. En unos, habló de su oficio; en otros, aconsejó a los escritores jóvenes; pero en todos manifestó su preocupación por ficcionalizar la problemática social de Colombia. Particularmente, en la Universidad Distrital Francisco José Caldas, disertó junto a la escritora y profesora Alejandra Jaramillo sobre Literatura Urb
ana. Allí, ante el estudiantado, comentó pormenores de su carrera, desde cuando salió de su ciudad natal, y tuvo que irse a la capital colombiana a estudiar Literatura, en la Universidad Nacional, hace ya varios años, para después ser profesor universitario, y escribir ficción en silencio, tratando en lo posible de no figurar como ‘escritor’.
–Cuando yo entré a estudiar Literatura en la Universidad Nacional –contó Montt–, era el segundo semestre que se abría. Llevábamos adelante únicamente un semestre, y no sabían qué iban a hacer con nosotros. La primera generación entró en julio, y yo entré en enero con la segunda. Y los profesores estaban encartados con nosotros. Y pasó que lo primero que nos dicen, después de que nos reúnen y todo, es: “Acá no se forman escritores. Si ustedes escriben y vienen acá… –negó con la cabeza– están en el lugar equivocado”. Y yo: “¡Miércoles, la cagué! Tantos años esforzándome para e
ntrar a esto”. Y en parte tienen razón, pero en parte no la tienen. Pues nadie lo va hacer a uno escritor. Y lo bacano es que uno no tiene amo ni patrón. Tú lo haces, tú verás cómo lo haces. Allá tú. Pero uno tampoco esperaría que la Academia le ponga zancadillas, que homogenice tu forma de escribir, la estandarice de acuerdo a unos modelos que ya previamente ha convalidado y que tú tienes que asumir. Y tal vez desde allí uno comienza a padecerlo, desde la misma escritura. Y es cierto: ninguna universidad gradúa escritores, por mucho que me den la Maestría en Escritura Creativa. Incluso ya las universidades tomaron distancia, porque al comienzo daban un título horrible, el título de ‘Literato’. Entonces nosotros nos decíamos: “¡No, más literato será usted!”. Y es una ofensa también porque literatos eran los duros: Alfonso Reyes, Pedro Henríquez Ureña. Uno no es literato porque le den un cartón… Después tomaron más distancia, y ahora le llaman ‘Profesional en Estudios Literarios’. Ya ahí se curaron de la variedad que tenían antes.
Ahora que Nahum Monnt ha obtenido cierto reconocimiento con la publicación de varios libros, dice asimilar un poco más que lo llamen ‘escritor’. Y no para posar ante las cámaras sino para aportarle algo de su experiencia a las nuevas generaciones. Según él, las cosas han cambiado con los años, ya que el escritor de la Colombia de hoy cuenta con más alternativas:
–Es que hasta los 80 y comienzos de los 90 –afirmó Montt–, quien escogía “el camino de las letras” –dijo dibujando en el aire unas comillas con los dedos– tenía que cumplir una condena de 5 años de Derecho forzado, si escribía narrativa, o 5 años de Antropología o Sociología forzada, si escribía poesía. Hasta el 90. Yo creo que allí es cuando se empieza a ver un detalle muy importante en el País, y es que empiezan a aparecer las carreras de Literatura, y a fortalecerse las Facultades de Comunicación Social. Entonces ya la Academia de cierta forma abre sus brazos a estos marginales y las legitima al menos socialmente. De allá para acá no es tan vergonzoso decir que uno estudia Literatura. Porque lo primero que le decían era: “¡Uish!, ¿y usted entonces de qué va a vivir?” Por eso, durante mucho tiempo siempre preferí llamarme y que me presentaran como profesor de Literatura. Se me hacía mucho más digno, que escritor, pues allí había algo impúdico u obsceno detrás. Decir que uno era escritor era como reconocer que uno era un vago profesional, o un ocioso, o un mueble más de la casa… Todo ha cambiado desde entonces. Al menos hoy se tienen más recursos para aquella persona que quiere escribir: Están las Facultades, la educación formal, está punteando la Maestría en Escritura Creativa con un rigor muy grande, pero también van acompañándolo los talleres que nos permiten brindar unos espacios desde la educación no formal donde se socializan las inquietudes de la gente que está escribiendo. Esas mismas condiciones que él destaca, hicieron que se programara una visita a Cartagena, a propósito de su novela Lara, que recrea facetas hasta ahora desconocidas del antagonista de Pablo Escobar: el otrora ministro Rodrigo Lara Bonilla; desconocidas inclusive por su propia familia. Junto a El Eskimal y la Mariposa –que tiene como punto de partida el asesinato del candidato presidencial del M-19 Carlos Pizarro– conforman un díptico donde la una parece el reflejo en el espejo de la otra; pues, en sus propias palabras, El Eskimal y la Mariposa se narra un crimen desde la “orilla de los asesinos”, y Lara desde “la orilla de las víctimas”. Una vez acordamos la cita, al rededor de las 9 de la noche, en una esquina del Centro Histórico de la ciudad, dimos paso a otro tipo de reflexiones que arrojaran luces sobre su novelística, que la crítica sitúa dentro del género Negro.
–Es que hasta los 80 y comienzos de los 90 –afirmó Montt–, quien escogía “el camino de las letras” –dijo dibujando en el aire unas comillas con los dedos– tenía que cumplir una condena de 5 años de Derecho forzado, si escribía narrativa, o 5 años de Antropología o Sociología forzada, si escribía poesía. Hasta el 90. Yo creo que allí es cuando se empieza a ver un detalle muy importante en el País, y es que empiezan a aparecer las carreras de Literatura, y a fortalecerse las Facultades de Comunicación Social. Entonces ya la Academia de cierta forma abre sus brazos a estos marginales y las legitima al menos socialmente. De allá para acá no es tan vergonzoso decir que uno estudia Literatura. Porque lo primero que le decían era: “¡Uish!, ¿y usted entonces de qué va a vivir?” Por eso, durante mucho tiempo siempre preferí llamarme y que me presentaran como profesor de Literatura. Se me hacía mucho más digno, que escritor, pues allí había algo impúdico u obsceno detrás. Decir que uno era escritor era como reconocer que uno era un vago profesional, o un ocioso, o un mueble más de la casa… Todo ha cambiado desde entonces. Al menos hoy se tienen más recursos para aquella persona que quiere escribir: Están las Facultades, la educación formal, está punteando la Maestría en Escritura Creativa con un rigor muy grande, pero también van acompañándolo los talleres que nos permiten brindar unos espacios desde la educación no formal donde se socializan las inquietudes de la gente que está escribiendo. Esas mismas condiciones que él destaca, hicieron que se programara una visita a Cartagena, a propósito de su novela Lara, que recrea facetas hasta ahora desconocidas del antagonista de Pablo Escobar: el otrora ministro Rodrigo Lara Bonilla; desconocidas inclusive por su propia familia. Junto a El Eskimal y la Mariposa –que tiene como punto de partida el asesinato del candidato presidencial del M-19 Carlos Pizarro– conforman un díptico donde la una parece el reflejo en el espejo de la otra; pues, en sus propias palabras, El Eskimal y la Mariposa se narra un crimen desde la “orilla de los asesinos”, y Lara desde “la orilla de las víctimas”. Una vez acordamos la cita, al rededor de las 9 de la noche, en una esquina del Centro Histórico de la ciudad, dimos paso a otro tipo de reflexiones que arrojaran luces sobre su novelística, que la crítica sitúa dentro del género Negro.
–Entiendo que en su caso, su incursión en este género no es tanto producto del estudio concienzudo. ¿Qué lecturas lo condujeron a él?
–La verdad es que fue más el resultado de meterme con la realidad y la historia de este país. Yo siento que de manera natural uno termina construyendo relatos propios de la Novela Negra, porque la realidad del país es propia de este género. De niño siempre leía novelas de vaqueros, los trillers norteamericanos y demás, y tenía la predisposición, pero siento que lo que finalmente termina definiendo mis textos como Novela Negra es que ha habido una toma de posición como escritor de empezar a narrar este país por sus hechos, sus eventos, sus acontecimientos históricos. Y cuando uno lo narra a través de la literatura, casi de manera natural cae en el género Negro.
–En algún momento ha temido que los espacios reales aludidos en estas novelas disminuyeran su significación frente a un lector no familiarizado con ellos?
–Interesante la pregunta. Los relatos se construyen con la intencionalidad de ser autónomos e independientes en sí mismos de esa realidad a la cual se refieren, de esa historia de la cual se nutren. Es probable que sí, y eso es lo bello de la literatura, que admite distintas lecturas. Un lector no familiarizado con este contexto va a leer un relato tal vez de aventura donde siempre hay un final desdichado. Lo curioso es que detrás de ese final desdichado y ese relato de aventuras hay unos hechos que ocurrieron y que están ocurriendo ahora en el país. Pero eso le queda más bien al lector. La función del autor es proponer y tratar de escribir un relato que ante todo sea verosímil, que sea convincente y que atrape al lector para que pueda disfrutarlo.
–Además de esos referentes, a algunos lectores jóvenes les puede resultar un poco ajeno el marco de la novela por estar basada en hechos del pasado –acá aproximamos más a la Novela Histórica–. ¿Cómo hace para conciliar con lectores de edades tan dispares?
–Fíjate que yo siento que escribo para los jóvenes. Siento que los jóvenes son extranjeros del pasado de este país, y viven en este país como si fuera un eterno presente. La novela no puede caer en la trampa justificar o intentar explicarles a los jóvenes lo que pasó. No. Simplemente muestra unos eventos, y si el joven está interesado en saber más, es éste quien tiene que investigar y rastrear. La novela es sólo un punto de partida para avanzar… Más que en novelas históricas, yo pensaría en novelas policíacas, donde generalmente ocurre un evento, se investiga y al final hay un desenlace fatal.
–¿Usted compartiría la apreciación de que en sus novelas la ciudad marca a los personajes?–Por supuesto, porque yo no concibo un personaje in vitro, metido en una especie de tubo de ensayo. Y siento que la ciudad es un recurso expresivo que tiene el escritor para darle una dimensión humana a esos personajes. “Somos en el mundo”, decía Ortega y Gasset. Y ese mundo nos sirve para iluminar los estados de ánimo del personaje, sus preocupaciones estéticas, sus obsesiones, su condición humana. Es un medio que uno utiliza en la narrativa para mostrar al personaje como es. Te doy un ejemplo sencillo: “Pepito Pérez estaba muy triste”. Eso es muy fácil de decir desde la oralidad y la cotidianidad. Pero si tu dices: “Pepito Pérez el día que salió a recorrer las calles se encontró una ciudad muy fría y lluviosa, que le calaba los huesos, que le llevaba a recordar aquella época en que empezada a…”. ¿Entonces, si ves? El espacio, la ciudad, en ese momento se vuelve un detonador que ilumina la condición humana del personaje.
–En entrevistas anteriores, refiriéndose a la novela Lara, usted ha dicho que algunos de estos personajes de la vida pública nacional eran, de por sí, novelescos. ¿Cuándo sabe uno que un personaje de la vida real tiene ese potencial?
–Esa es la gran capacidad que debe tener un escritor. La capacidad de observación más allá de esos días que transcurren con eventos aparentemente insignificantes. Todos tenemos en potencia cualidades novelescas, pero depende de la capacidad de observación del escritor encontrarlas y poderlas representar a través de la literatura –dicho esto, Nahum Montt giró a su derecha y observó a un policía de tránsito haciendo guardia–. Personaje novelesco puede ser un vigilante que sostiene una valla en medio de la noche, en una calle del Centro Histórico de Cartagena. Que es portador de muchas historias. Que tiene familia, tiene hijos, tal vez tenga amante o novia. Y que a pesar de estar cumpliendo simplemente una labor allí, es un personaje digno de ser llevado a la literatura. No hay nadie que no lo sea, y, en esa medida, siento que los escritores estamos allí para tratar de ver lo que otros no ven, e intentar contarlo lo mejor posible. Esa es la función social de un escritor.
–En el conversatorio de la Universidad Distrital, la escritora y profesora Alejandra Jaramillo dijo que prefería arriesgar su estómago escribiendo sobre estos temas considerados “de violencia”, a tener que volver a vivir esa historia del País. ¿Siente que a usted le pasa lo mismo?
–Por supuesto, y es una toma de posición conciente, deliberada. Yo no me veo escribiendo sobre un intelectual que tiene problemas para comprar el cornflakes o el cereal del desayuno, en Barcelona, sintiendo un vacío existencial. Eso funciona por allá en Europa, para esa gente que vive en esas realidades tan aburridas. Yo siento la enorme necesidad de contar la historia de este país a partir y a través del asombro. Aquí ocurren cosas que no ocurren en otro lugar del mundo. Y me siento feliz de arriesgar ese estómago, como diría la profe Jaramillo.
–Otra cosa que le he escuchado decir es que a un escritor nunca hay que creerle. ¿Entonces en qué términos queda esta entrevista?
–(Risas) Lo que pasa es que el escritor es un mentiroso profesional, que se sirve de la ficción para contar la verdad. Esa es la gran paradoja. Entonces al escritor hay que aprenderlo a descifrar, hay que aprender a descubrir en sus mentiras dónde se halla escondida esa verdad.
Esta es la apuesta literaria de Nahum Montt, quien en la actualidad escribe una obra de teatro ambientada en su ciudad: Tomar hechos de la historia reciente para escribir relatos ficticios que terminen comunicando una idea muy próxima a la realidad histórica y actual; o como resume la frase célebre de John Ford, incluida como epígrafe en la tercera novela del barranqueño: “Es todo inventado, pero todo es verdad”.
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*Finalizó estudios de Lingüística y Literatura en la Universidad de Cartagena. Ha sido colaborador de las revistas Fractales (Universidad Javeriana), Hojablanca (Bogotá Capital Mundial del Libro 2007), Unicarta (Universidad de Cartagena) y Agenda Cultural (Universidad Tecnológica de Bolívar), entre otras.
Fuente: Dominical, diario El Universal.
–En algún momento ha temido que los espacios reales aludidos en estas novelas disminuyeran su significación frente a un lector no familiarizado con ellos?
–Interesante la pregunta. Los relatos se construyen con la intencionalidad de ser autónomos e independientes en sí mismos de esa realidad a la cual se refieren, de esa historia de la cual se nutren. Es probable que sí, y eso es lo bello de la literatura, que admite distintas lecturas. Un lector no familiarizado con este contexto va a leer un relato tal vez de aventura donde siempre hay un final desdichado. Lo curioso es que detrás de ese final desdichado y ese relato de aventuras hay unos hechos que ocurrieron y que están ocurriendo ahora en el país. Pero eso le queda más bien al lector. La función del autor es proponer y tratar de escribir un relato que ante todo sea verosímil, que sea convincente y que atrape al lector para que pueda disfrutarlo.
–Además de esos referentes, a algunos lectores jóvenes les puede resultar un poco ajeno el marco de la novela por estar basada en hechos del pasado –acá aproximamos más a la Novela Histórica–. ¿Cómo hace para conciliar con lectores de edades tan dispares?
–Fíjate que yo siento que escribo para los jóvenes. Siento que los jóvenes son extranjeros del pasado de este país, y viven en este país como si fuera un eterno presente. La novela no puede caer en la trampa justificar o intentar explicarles a los jóvenes lo que pasó. No. Simplemente muestra unos eventos, y si el joven está interesado en saber más, es éste quien tiene que investigar y rastrear. La novela es sólo un punto de partida para avanzar… Más que en novelas históricas, yo pensaría en novelas policíacas, donde generalmente ocurre un evento, se investiga y al final hay un desenlace fatal.
–¿Usted compartiría la apreciación de que en sus novelas la ciudad marca a los personajes?–Por supuesto, porque yo no concibo un personaje in vitro, metido en una especie de tubo de ensayo. Y siento que la ciudad es un recurso expresivo que tiene el escritor para darle una dimensión humana a esos personajes. “Somos en el mundo”, decía Ortega y Gasset. Y ese mundo nos sirve para iluminar los estados de ánimo del personaje, sus preocupaciones estéticas, sus obsesiones, su condición humana. Es un medio que uno utiliza en la narrativa para mostrar al personaje como es. Te doy un ejemplo sencillo: “Pepito Pérez estaba muy triste”. Eso es muy fácil de decir desde la oralidad y la cotidianidad. Pero si tu dices: “Pepito Pérez el día que salió a recorrer las calles se encontró una ciudad muy fría y lluviosa, que le calaba los huesos, que le llevaba a recordar aquella época en que empezada a…”. ¿Entonces, si ves? El espacio, la ciudad, en ese momento se vuelve un detonador que ilumina la condición humana del personaje.
–En entrevistas anteriores, refiriéndose a la novela Lara, usted ha dicho que algunos de estos personajes de la vida pública nacional eran, de por sí, novelescos. ¿Cuándo sabe uno que un personaje de la vida real tiene ese potencial?
–Esa es la gran capacidad que debe tener un escritor. La capacidad de observación más allá de esos días que transcurren con eventos aparentemente insignificantes. Todos tenemos en potencia cualidades novelescas, pero depende de la capacidad de observación del escritor encontrarlas y poderlas representar a través de la literatura –dicho esto, Nahum Montt giró a su derecha y observó a un policía de tránsito haciendo guardia–. Personaje novelesco puede ser un vigilante que sostiene una valla en medio de la noche, en una calle del Centro Histórico de Cartagena. Que es portador de muchas historias. Que tiene familia, tiene hijos, tal vez tenga amante o novia. Y que a pesar de estar cumpliendo simplemente una labor allí, es un personaje digno de ser llevado a la literatura. No hay nadie que no lo sea, y, en esa medida, siento que los escritores estamos allí para tratar de ver lo que otros no ven, e intentar contarlo lo mejor posible. Esa es la función social de un escritor.
–En el conversatorio de la Universidad Distrital, la escritora y profesora Alejandra Jaramillo dijo que prefería arriesgar su estómago escribiendo sobre estos temas considerados “de violencia”, a tener que volver a vivir esa historia del País. ¿Siente que a usted le pasa lo mismo?
–Por supuesto, y es una toma de posición conciente, deliberada. Yo no me veo escribiendo sobre un intelectual que tiene problemas para comprar el cornflakes o el cereal del desayuno, en Barcelona, sintiendo un vacío existencial. Eso funciona por allá en Europa, para esa gente que vive en esas realidades tan aburridas. Yo siento la enorme necesidad de contar la historia de este país a partir y a través del asombro. Aquí ocurren cosas que no ocurren en otro lugar del mundo. Y me siento feliz de arriesgar ese estómago, como diría la profe Jaramillo.
–Otra cosa que le he escuchado decir es que a un escritor nunca hay que creerle. ¿Entonces en qué términos queda esta entrevista?
–(Risas) Lo que pasa es que el escritor es un mentiroso profesional, que se sirve de la ficción para contar la verdad. Esa es la gran paradoja. Entonces al escritor hay que aprenderlo a descifrar, hay que aprender a descubrir en sus mentiras dónde se halla escondida esa verdad.
Esta es la apuesta literaria de Nahum Montt, quien en la actualidad escribe una obra de teatro ambientada en su ciudad: Tomar hechos de la historia reciente para escribir relatos ficticios que terminen comunicando una idea muy próxima a la realidad histórica y actual; o como resume la frase célebre de John Ford, incluida como epígrafe en la tercera novela del barranqueño: “Es todo inventado, pero todo es verdad”.
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*Finalizó estudios de Lingüística y Literatura en la Universidad de Cartagena. Ha sido colaborador de las revistas Fractales (Universidad Javeriana), Hojablanca (Bogotá Capital Mundial del Libro 2007), Unicarta (Universidad de Cartagena) y Agenda Cultural (Universidad Tecnológica de Bolívar), entre otras.
Fuente: Dominical, diario El Universal.
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Enriquecedores todos los escritos. Victor eres desde siempre un hombre que maneja bien la pluma y conjuga el sabor de las realidades con pericia. Un fuerte abrazo.
ResponderEliminarFelicitaciones
Gracias, Lidia, por tus palabras. Son un bálsamo para mi alma, que a veces se turba ante el clima que hace afuera. Siento tu abrazo.
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