J.J. Junieles escribe para quienes se sienten solos


Con las vida de los barrios populares, Junieles nutre su trayectoria literaria.
Por Víctor Menco Haeckermann*
Pudo haber nacido en una orilla extrema de ciudad de México, en alguna aldea de la selva peruana, en un barrio porteño de Buenos Aires, o en un pueblo de pescadores chilenos. No importa dónde. Los relatos y poemas de John Jairo Junieles nos demuestran que vivimos en un solo mundo, que estamos más cerca de lo que pensamos entre todos nosotros.
En el barrio Getsemaní hablamos con él. Allí vive. Nos dice que le gusta el barrio “porque conserva mucho de mis orígenes. Me alegra haber regresado. Fue uno de los barrios donde crecí, además de Amberes, Lo Amador y San Diego. Barrios donde encendían la radio, la aguja y el vinilo, para que sonaran boleros, mariachis, salsas bravas y vallenatos, que llenaban las tardes, mientras nuestras madres inventaban el arroz en las cocinas”.
Aprendió a leer con imágenes, en las historietas y cómix de Kalimán, Los tres Villalobos, Vampirella, Santo, el enmascarado de plata, El fugitivo, Blue Demon, Condorito, El Zorro, Fantomas, y muchos otros. Dice que la televisión también fue importante en su infancia, con programas como Dimensión desconocida, Robert Blake en Baretta, Zafiro y acero, Perdidos en el espacio, Stingrey, las miniseries sobre los cuentos de Edgar Allan Poe; entre muchos otros.
Junieles nos contó un episodio de su infancia: “Mi madre tenía una tienda de víveres en el barrio Amberes, se llamaba El Milagro. Un día un muchacho llegó y puso en el mostrador una máquina de escribir mecánica. Le dijo a mi madre que se la vendía. Ella le respondió que no necesitaba una máquina escribir. Él dijo que se la cambiaba por un paquete de cigarrillos y una botella de ron. A ella le pareció un buen negocio, metió un papel, comprobó que la máquina servía, y le dio al muchacho lo convenido. Él se tomó un trago de la botella y se fue contento. Después, un par de policías pasaron corriendo frente a la tienda. El muchacho era un ladrón al que llamaban El Farolo. Era la amenaza de varios barrios a la redonda, y con los años se convirtió en el terror de la ciudad. En esa máquina escribí mi primer cuento”.
Es un narrador que se mueve tanto en la prosa como en la poesía, y se le considera un gran titulador gracias a la sugerente belleza de los suyos: Papeles para iniciar el fuego, Temeré por mí al final de estas líneas, Canciones de un barrio en la frontera, Viajero con pasaje a tierra extraña y las memorias que prematuramente está escribiendo: Una carnada para el pez profundo (memorias para antes del olvido).
“En nuestras habitaciones de muchachos –continúa Junieles–, nuestro sueño era vigilado por Bruce Lee con marcas de arañazos en la mejilla y en el pecho. Gracias al cine y la televisión escapábamos de una realidad como la de Cartagena, a donde llegué a los siete años de edad, desde un pueblo de Sucre. Cartagena, una ciudad hermosa y terrible, con una gran vitalidad humana y potencial cultural, pero con exclusiones sociales y económicas gravísimas, fundadas en un credo de poder virreinal que todavía sobrevive en las familias empresariales y políticas que detentan el poder. Podríamos decir, como Eduardo Galeano, que aquí en Cartagena ‘ninguna riqueza es inocente’ o recordando a Honorato de Balzac: ‘detrás de cada gran fortuna, hay un crimen’. Los pecados de Cartagena han sido la ambición y la indolencia”.
Seguramente, en estas calles, Junieles conoció a muchos de los personajes de sus dos libros de cuentos: Con la luz que me queda basta (Panamericana editorial, 2007) y El amor también es una ciencia (Ediciones Pluma, 2009).
Le preguntamos por su amor al género cuentístico, y nos dice: “Toda literatura llena una necesidad, desde los ensayos filosóficos hasta la pornografía. Hace 15.000 años, los hombres se reunían en cuevas, en torno a una hoguera, para escuchar historias contadas o dramatizadas. La literatura, es decir el cuento, la poesía, la novela, el cine, todas esas manifestaciones, son una herencia viva de aquella antigua ceremonia frente al fuego”.
Junieles ha obtenido el Premio Internacional de Poesía Nicolás Guillén de México y Cuba, el Premio Internacional de Poesía Ciudad de Alajuela de Costa Rica, el Premio Nacional de Literatura Ciudad de Bogotá y la Beca de Creación del Centro Banff de Canadá.
Ante la pregunta inevitable de por qué escribe, Junieles se confiesa: “Yo en realidad soy tímido, muy tímido. Debo esforzarme en ser extrovertido para encajar un poco. Escribo para poder comunicarme mejor. Pero creo que en realidad escribo para que mis amigos no se sientan solos. Uno sin sus amigos no vale nada”.
Le preguntamos al escritor si cree que aún existe una literatura latinoamericana, en un mundo global como el de hoy. Nos contesta: “Es cierto que existe una literatura escrita en lengua castellana, pero eso es casi como un clima en el que debes aprender a vivir. Creo que los lectores deben entrar a la literatura desnudos, sin relojes ni brújulas. La buena literatura, la que nos conmueve, la que nos sirve de compañía y nos descubre nuevos mundos, no sabe de fronteras lingüísticas”.
Indagamos sobre su participación en ‘Bogotá 39’, grupo de 39 escritores menores de 39 años, elegidos por el Hay Festival de Literatura, que representa las tendencias de la actual literatura latinoamericana. Este año se realizará Beirut 39, que reúne a escritores de la literatura árabe moderna (ver información en el link:http://notasmoleskine.blogspot.com/2009/10/beirut-39-la-lista.html).
Le preguntamos también qué significa para él haber sido incluido en ese proyecto, y nos respondió: “Hay gente que nació para salvar vidas en un hospital. Para otros la vida es construir y pulir sillas, sembrar la tierra, vigilar la entrada de un banco, cocinar. Por mi parte, sólo intento contar lo mejor que pueda las historias que se me ocurren. ‘Bogotá 39’ es un reconocimiento para todos los que se detienen en la calle a escribir en papelitos. Esos obstinados en poner una palabra detrás de la otra, para contar historias que tal vez sirvan de compañía o consuelo para alguien, ese alguien que lee, escucha música, o ve una película para sentirse menos solo, mientras hace frente a sus dilemas personales”.
De su nuevo libro de cuentos, El amor también es una ciencia, J. J. Junieles nos dice que “surgió de un reto personal bastante absurdo. Algunos cuentos conservan su vigencia, a pesar del tiempo y las traducciones, por sus argumentos atractivos y no por las palabras usadas para narrarlos. Me preguntaba si podía escribir cuentos donde las historias fueran tan entretenidas que nos hicieran olvidar las palabras. No sé si lo conseguí”. Allí está su apuesta. Sólo falta ser juzgada por los lectores, quienes en últimas son los que deciden aceptar la compañía de una historia.
*Escritor e investigador literario.
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Fragmento de ‘Una vida para mi madre’, del libro ‘El amor también es una ciencia’.
El Diablo no puede estar en todas partes, por eso hay gente como mi padre. Un día cualquiera su fantasma reapareció de la nada. En un mensaje de correo electrónico me saludaba con excesiva cordialidad. Contaba que regresaba al país por unos días y le parecía importante que nos encontráramos. Mi madre y yo no le veíamos desde hacía veinte años. Durante ese tiempo tuvimos pocas noticias sobre el paradero y la vida de Don Andrés Villalobos Sáenz. A través de sus viejos amigos, con quienes tropezábamos en la calle ocasionalmente, nos enterábamos de que todavía seguía vivo, que andaba por allí en alguna parte. (...)
Fuente: Dominical del diario El Heraldo. Domingo, 31 de enero de 2010. Web (con entrada el 31 de enero de 2010) <http://www.elheraldo.com.co/ELHERALDO/BancoConocimiento/R/rdjjjunieles/rdjjjunieles.asp?CodSeccion=3>

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